12 de septiembre de 2011

Día 11.



Hoy va de este relato.



Sentado en su antigua silla de madera, Frank seguía dándole vueltas a la cabeza, aunque no literalmente. Eran sobre las siete de la mañana y tenía esa mirada perdida que muchas veces vio en otras personas, y ahora estaba en él. Habían pasado ya diez años desde lo ocurrido, y aún sentía como si sólo hubieran pasado meses.


Se levantó poco a poco, pues era un poco mayor ya y las piernas no las tenía como antes. Bajó las escaleras de su primer piso (nunca le gustaron los ascensores) y fue directo a la parada de metro más cercana a su casa en West Lincoln, en New York, con dirección a Downtown. Allí, una muchedumbre inquieta arrasaba la estación: niños de muy distintas edades que iban con sus padres, mujeres y hombres con caras serias y otros de tristeza, y trabajadores con sus maletines en la mano. Miraba a su alrededor y recordaba algunas caras, caras que año tras año ha ido viendo en esa misma estación, el mismo día, y casi a la misma hora.


Cuando el metro paró en la sexta estación, la misma gente y otras personas más, se prepararon para bajarse junto con Frank, una vez se abrieron las puertas. Todos caminaron hacia el mismo lugar, sin extrañarse, e incluso algunos se saludaban y se preguntaban cómo habían pasado el año. Había cambiado tanto esa parte de la ciudad, pensó Frank, que si no fuera por las continuas imágenes que se le venían a la cabeza, las noches sin dormir por lo sucedido y la tristeza que le invadía por dentro, sería difícil recordar que esos nuevos edificios altísimos antes eran escombros entre nubes de humo.


Se dejó llevar por el recuerdo y sus ojos comenzaron a humedecerse, como años atrás, pero siguió su camino y llegó a su destino. Ahí estaba, la foto de su hija sonriendo, junto a las de otras miles de personas cuyos nombres se podían leer debajo. Su preciosa hija le miraba como si aún estuviera ahí, como si nada hubiera pasado, y él la sentía cada día, mirándole siempre con esa sonrisa que le encantaba a todo el mundo. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que había centenares de personas mirando esas dedicatorias a las personas que perdieron la vida ese fatídico día, pero pocos conocían el dolor y la tristeza que personas como Frank sintieron ese día, cuyos horribles recuerdos aún perviven en ellos.




Dedicado a las víctimas y familiares de víctimas del terrorismo, en especial a las que perdieron la vida en los atentados aquel 11 de septiembre de 2001.






Mandarin.